In Para no perder el hilo, Reseñas

Texto de presentación del libro
Entretejiendo vidas y ficciones: Para no perder el hilo, de Krina Ber
Luz Marina Rivas

Cuando por primera vez leí Cuentos con agujeros (2004), de Krina Ber, no pude dejar de pensar en Julio Cortázar y su lateralidad, su mirada al mundo desde un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente en día más sin conflictos. En efecto, si se pudiera caracterizar la narrativa de Krina Ber, materializada en ese primer libro de cuentos y en Para no perder el hilo, el segundo, que hoy nos convoca ofrecido por Mondadori, podríamos decir que el elemento constante es la mirada descolocada, el intersticio o hueco en la realidad de Cortázar que permite contemplar en la cotidianidad lo que otros no ven, es decir, una mirada privilegiada.

La materia prima de los cuentos de Krina es la cotidianidad, una cotidianidad, que observada desde una mirada lateral, muy atenta, deja ver sus intersticios que se abren hacia grandes posibilidades ficcionales. Krina escribe acerca de la gente común: la familia, los vecinos, los transeúntes que nos tropezamos en la calle, los empleados que toman porpuestos para ir a su trabajo, la señora que vende barajitas en el kiosko de la esquina, la costurera inmigrante, que es madre soltera, la gente que nos rodea. Sus personajes no son personajes borderliners, con experiencias límite. Nada de asesinos en serie, ni personajes hundidos en la desesperanza o al borde de la locura; son tan familiares como las caras que nos encontramos en un ascensor o en el mostrador de cualquier comercio. Se explora en sus vidas aparentemente anodinas, para descubrir en ellas sus complejidades, sus temores, sus deseos secretos, los fantasmas del pasado que los acosan, o sea, su dimensión humana, más allá de cualquier estereotipo. También los vemos actuando en sociedad, por lo cual se asoma también la intrahistoria de muchos de ellos: en el holocausto que apenas se manifiesta en las fisuras de la memoria de los padres de una narradora, en el horror del estalinismo enterrado en el inconsciente hasta que surge en un acto de la vejez, en la dictadura de Salazar en Portugal, que torturaba y perseguía a todas las izquierdas, y que, en uno de los relatos ha dejado trazas indelebles en la vida de un ama de casa obligada a guardar un secreto, en el pandemónium del Caracazo del 27 de febrero de 1989, en la angustia de quien sufre un secuestro en la Venezuela del siglo XXI. En ese inmenso mosaico humano que es la muchedumbre de las ciudades, cada quien tiene una historia y cada historia merece ser contada. Muchas de esas historias pueden surgir en la mesa de una cocina, mientras se alimenta a un bebé, o en la confesión de la propia vida a una anónima clienta de un taller de costura, o en el desasosiego de un inusitado cambio en los hábitos de comer del padre.

Escribe, además, una narrativa muy urbana, en la que el espacio de la ciudad cobra dimensiones insospechadas. Es muy importante el espacio urbano para Krina Ber, que sabe observarlo como profesional de la arquitectura y como crítica literaria en su extraordinaria tesis sobre el espacio en la ficción de la Maestría en Literatura Comparada de la UCV, en la que tuve el privilegio de ser su profesora. Sus personajes buscan el alma de cada ciudad, como nos dirá la narradora de “Los dibujos de Lisboa”. Vale la pena detenerse en la ciudad de Caracas, que ya Krina había hecho tan suya en Cuentos con agujeros, por ejemplo en “Los milagros no ocurren en la cola”, en la que el lector caraqueño se identifica con ese paisaje de lluvia cerrada mientras el tiempo se lentifica en medio del tráfico infernal de la Plaza Venezuela.

En Para no perder el hilo, Caracas aparece como ciudad laberíntica en el cuento “Pequeños encargos” o en “Experta en extravíos”, donde encontrar la dirección de la única ferretería que vende ese raro tornillo que se busca o transitar en el metro formando parte de una compacta masa humana se vuelven odiseas. Los espacios de la ciudad, en la narrativa de Krina, no sólo son espacios físicos que se recorren a pie o en transporte público. La ciudad integra también el uso de las tecnologías, de manera que los espacios virtuales también se abren de manera tan concreta para algunos personajes que se permean el uno al otro. La visión aterradora en la televisión de un cadáver en su bolsa que pudo ser parte de un noticiero o de una película mueve las acciones de la protagonista de “Experta en extravíos” o se superponen varias “realidades” en “Los inmigrantes”, cuyos personajes tienen una memoria vicaria surgida de las películas vistas por televisión. De forma más dramática sucede en “El secuestro”, que nos recuerda el cuento de Cortázar “El río”, en el que el adentro y el afuera se reúnen en el espacio de la escritura. Por otra parte, en “Liberación animal”, la experiencia vital de los personajes integra las vivencias del universo virtual. Los mensajes recibidos por internet sobre torturas a los animales envuelven a la protagonista en una turbulencia alucinante.

La cotidianidad urbana puede abrirse a la ficción a través de diferentes mecanismos estructuradores en Para no perder el hilo. La primera de ellas es el diálogo entre los cuentos y los fragmentos de diarios, que nos dan un indicio de la poética de la escritora. El material de la ficción tiene un componente autobiográfico. Los doce cuentos que componen el libro están precedidos de esos fragmentos de diario que marcan imágenes de la memoria: las estrellas contempladas desde un avión, la luminosidad de los ojos de los gatos en las noches vistos desde el balcón de un conjunto residencial, las palabras de otros idiomas vistas como enigmas: todas se vuelven claves para comprender los cuentos. La vida como materia prima, la vida expresada en ficciones para poder verla mejor, la vida aprehendida como palabras de las que es posible apropiarse, todo ello está en el fondo de esos diálogos entre la vida de la autora y sus ficciones, de manera que tal vez los diarios son también sus ficciones y las ficciones tienen tanto de autobiográfico: recorren los mismos espacios vitales de la autora: Polonia, Israel, Portugal, Estados Unidos, Venezuela.

Un segundo mecanismo es la sincronía, una apertura a lo mágico escondido en el mito cotidiano de las casualidades. En el cuento “Amor”, ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional, los desencuentros tienen que ver con desfases en los tiempos de los personajes. En él se juega con una alternancia de tiempos. Una pareja madura, en su quinta década de vida, comparte la cotidianidad sencilla de un amor sin sobresaltos, pero la mujer, en su ensoñación revive el encuentro que los unió en una ciudad extraña y, al principio, hostil, hasta que los tiempos se enderezaron por la intervención del “ángel”, un inmigrante colombiano y pobre, que reunirá a la pareja perdida y que luego podrá ser reencontrado, treinta años después realizando su sueño de ser animador, en un rato de ocio frente al televisor. El tiempo del encuentro, entonces, se hace mágico. Sincronías son también las de “Los dibujos de Lisboa”. La protagonista, nuera extranjera en Portugal, camina la ciudad y dibuja retazos de la misma, que luego resultan ser lugares de la memoria de la familia que la ha acogido. El juego de la nuera que dibuja y la suegra que reconoce lugares y, con ellos, trozos del pasado que más han significado para ella, su esposo e hijos, llega a extremos inusitados. Curiosamente, los lugares de Lisboa entran perfectamente en la hoja de papel produciendo equilibrios armoniosos aunque paisajes urbanos cerrados. La protagonista hablará de cómo no es posible dibujar a Caracas, que se escapa por los bordes de la hoja de papel.

Otro recurso ficcional se abre a lo fantástico. Ya se anunciaba en Cuentos con agujeros, como “Benjamín y la caminadora”, cuyo protagonista se ejercita en su casa y se obsesiona con entrar en una calle de una película que viene junto con el aparato de ejercicios, cosa que lo llevará a otra dimensión. En Para no perder el hilo, el recurso aparece de nuevo en “El quiosco de Nilda, cuento de hadas urbano”, viaje iniciático de dos niños que entran en la adolescencia en plenos saqueos del 27 de febrero. Refugiados en un quiosco, otra realidad se abre, un camino digno de Alicia, la del país de las maravillas, que sólo será recorrido por Barbie, la niña, cuya adultez es más próxima, alentada por la bruja que resulta ser la vendedora del quiosco. Al fin y al cabo, como dice el narrador, las niñas se estiran antes. El misterio nunca resuelto, el paraíso perdido de la niñez, quedarán flotando en la memoria de Robi, luego de que ambos han perdido la inocencia al ser testigos de la violencia de sus vecinos. En otro cuento, una sincronía mal interpretada genera un tiempo fantástico en “Experta en extravíos”, cuento en el que el futuro se asoma en una escena interpretada como pasado.

Mención aparte cabe hacer de su “Carta a Clara Ostfeld”, testimonio autobiográfico según el epílogo, que recoge las sincronías de la propia vida: los padres que saltan de un tren camino a un Auschwitz, el afortunado e inexplicable encuentro de los apuntes del padre investigador entre los escombros de una Varsovia destruida, y el encuentro inverosímil en Argentina con una discípula del padre científico muchos años después de la guerra. Aun cuando creemos que lo verosímil está más cerca de la vida de todos los días, Krina prueba que lo inverosímil es parte de la vida cotidiana. Por ello, esta historia de vida se hace un cuento más dentro del conjunto.

Finalmente, cabe destacar el lenguaje de estos cuentos extraordinarios. Krina ha hecho suyo el español y lo saborea hasta el detalle. Sus cuentos tienen la redondez del género, pero se extienden algunos de ellos hasta casi hacerse novelas y alcanzar unas cincuenta páginas. Krina paladea cada palabra, se esmera en descripciones tan detalladas que podemos visualizar lo descrito, se detiene en diminutivos cariñosos, en la expresión de los afectos con los adjetivos más cálidos, en el rescate de la oralidad venezolana más sonora. Ella, dueña de varias lenguas, inmigrante varias veces en su vida, nos ofrece al escribir en un exquisito español, una lección de aceptación y más que de tolerancia al otro, de acogimiento, de amor a cada uno de los que han sido sus lugares y sus gentes, ahora materia de sus ficciones.

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