7 Enero 2016
Entrevista por Humberto Sánchez Amaya
El Nacional
Krina Ber también hace viñetas, como las que se ven en su cuento «Los dibujos de Lisboa», el último relato de su libro La hora perdida (Ígneo), cuya portada también lleva una ilustración de su autoría. Son solo referencias. No piensa en otro espacio para esos trazos más allá de las hojas que registran parte de su narrativa. «Prefiero lo extraordinario», dice la autora nacida en Polonia en 1948.
Retomó la escritura a los 51 años de edad. La mudanza a otros países y sus concernientes idiomas hicieron que la literatura tuviera otro lugar en sus prioridades. El hebreo en Israel le costó tanto aprenderlo a los 9 años que paulatinamente fue olvidando el polaco, en el que aún recita los poemas que aprendió cuando era niña. Convence cuando declama, aunque ignore el significado. «La vida no es para arrepentirse», dice Ber, cuyo nombre comenzó a ser común en concursos poco después de retomar el oficio literario, pero esta vez en castellano.
«Por un momento pensé que solo bastaba postularse para ganar», recuerda la ganadora en 2007 del Concurso de Cuentos de El Nacional por «Amor». Ese mismo año obtuvo el reconocimiento que entrega Sacven a este género por «Los dibujos de Lisboa». Además, José Balza incluyó su primer cuento, «Benjamín y la caminadora» (2001), en la antología El cuento venezolano.
Es arquitecta y junto con su esposo, fallecido en 2010, dirigía una compañía que se encargó de los techos de los centros comerciales Sambil, entre otros proyectos. Se ríe cuando recuerda cómo asocian esa profesión con su obra, especialmente los veredictos, en los que han tildado su narrativa como muy bien estructurada. «Eso no es verdad», manifiesta.
Asegura que es lenta y por eso no escribe tanto como quisiera. Su más reciente libro de relatos recoge algunos textos laureados, así como otros inéditos y recientes. El amor y la distancia son temas preponderantes en sus líneas, entre las que se lee también un afán de los personajes por la lealtad en medio de situaciones turbulentas, inquietudes de un pasado no muy aclarado, experiencias de juventud y separación en las que también destacan las posibilidades. «Cuando uno escribe sale lo que uno es. Me considero muy leal. El amor es muy importante para todos. A mí no me atrae la violencia porque creo que lo que uno escribe atrae potenciales cosas», asegura quien el año pasado también publicó la novela Nube de polvo (Equinoccio).
Si bien sus cuentos tienen calles y lugares de otras naciones, Venezuela –donde vive desde 1975– le ha servido para realizar un plano verbal que usa como coro para conflictos personales, aunque con precaución. No le gusta usar el problema común como simple propósito.
«Lo extremo se considera digno de ser escrito. Cuando eres joven es fácil escribir sobre el sufrimiento. Pero cuando pasas de los 60 años no existe ese consuelo de tener tiempo por delante para regodearse en esta pena. La juventud duele», indica Ber.
Entre sus próximos proyectos está una novela de 700 páginas que no ha podido resumir y la publicación de un libro de cuentos para niños, dedicado a su nieta, a quien también ha enseñado a jugar. «Solo usaba el iPad. Ahora tiene una escuela de peluches», expresa.