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Lunes, 4 de marzo:

Vamos bien, sí, pero lo cotidiano sigue su curso. Y lo cotidiano es perder lugares y afectos. Lo cotidiano es encontrar la santamaría bajada de una tienda que siempre estaba allí. Lo cotidiano es que otro amigo de toda la vida se va, porque no todos huyen, hay quienes se van tras una decisión largamente meditada, preparada, ahorrada, y cuando dan ese paso, es para no volver. Ayer mi hijo acompañó a nuestro amigo de toda la vida, M.  a Maiquetía y volvió triste. El aeropuerto es un lugar triste, tristísimo. Enormes colas incomprensibles. Familias enteras despidiéndose. Gente que se va, con muchas maletas, con niños, con mascotas. Y militares por todos lados te recuerdan que es un estado de guerra.

 

Martes, 5 de marzo

En esta Venezuela donde se arrojan días libres al «pueblo» junto con las cajas de comida y miserables aumentos de sueldo; en esta Venezuela donde estamos acostumbrados a que se exalte la fuerza bruta, la facilidad y la «viveza», parece un milagro como cada paso de Juan Guaidó demuestra algo que ya hemos olvidado: preparación, concisión y trabajo.
Hoy está atacando lo que yo siempre veía como las verdaderas entrañas del monstruo: la administración pública y su corrupta burocracia.

 

Sábado 9 de marzo

Era el día de la luna nueva y yo estaba escribiendo aquí algo bonito, cuando se fue la electricidad. Y así nos quedamos por 24 horas: sin luz, sin teléfono, sin internet, sin nevera, sin agua, sin ascensor, sin poder comunicarse con nadie, sin poder hacer café porque no tenemos cocina a gas, ni salir a comer en otro sitio como uno haría al tener tal percance en un país normal, porque la hiperinflación ha matado el dinero en efectivo y no se puede pagar con las plataformas bancarias caídas.
Dicen que aquí no hay guerra.
¿Fue eso la pequeña demostración de lo que somos capaces, prometida por la «vicepresidenta»?  O, peor: una muestra inevitable de lo que ocurre tras veinte años del desvergonzado saqueo de los recursos públicos por un grupito en el poder. Miles y millones de dólares destinados al mantenimiento de equipos de servicios públicos desviados a bolsillos privados.
Eso es surrealismo puro. Y más surrealista es que todavía hay gente fuera y dentro del país que cree a pies juntitos en sabotaje de la CIA y la derecha apátrida. O en las iguanas que tumban los cables de la red eléctrica nacional.

 

Domingo, 10 de marzo

En Israel donde crecí, la gente estaba muy orgullosa de lo suyo; se contaban muchos chistes sobre como nadie podía impresionarnos con los logros de su propio país. Mi favorita era la anécdota de un israelí a quién llevaron a ver un fabuloso circo en USA, donde se podía admirar a los enanos más pequeños del mundo. Pero él no se dejó impresionar. Bah, dijo, los nuestros son más grandes.
Otra era la de un turista de Texas que vino a visitar un kibbutz y le dieron un tour de 3 horas por los cultivos arrancados al desierto. Al terminar, el tejano sacó su cigarro de la boca y observó que en su ranch, al salir en la madrugada para dar la vuelta de sus tierras, ni para la cena llegaba. Y el conductor contestó con empatía: Sí…. Nosotros también tuvimos un carro así, pero gracias a Dios, ya lo cambiamos. 
Eso me vino a la mente porque hay paises donde ocurre exactamente lo contrario. No le conceden la palma de la desdicha a otro, no, señor. ¡Jamás!
Leyendo algunos comentarios a los posts de amigos de aquí, recordé ese extraño fenómeno de competir en las desgracias, que he notado en varias ocasiones de mi vida. En mi caso, en Portugal. No importa que describiera a la gente comiendo basura en las aceras de Caracas o cualquier otra de las imágenes urbanas que conocemos demasiado bien, mis familiares en la iluminada, ordenada y bellísima Lisboa contestaban invariablemente: «aquí estamos ainda pior». 
Bueno, ya termino, me temo otro apagón…

[2]

Qué se puede hacer durante el blackout:
1) arreglar la biblioteca
2) despedirse con amor de los libros de la infancia
3) una partida de monopolio en familia.
(Lo que no se puede hacer… lo sabemos).

Se los quiere, compatriotas en desgracia

(Amanda arreglando libros)

 

Lunes 11 de marzo

Blackout de horas a diario. No se consigue agua potable ni con dólares contantes. En nuestro edificio se acabó hasta el charco sucio en el fondo del tanque. No hay clases, las tiendas están cerradas, los hospitales militarizados. No se sabe la cifra de muertos de cada día. Para llegar a Caracas hay que aprovisionarse de bidones de gasolina.

Escenarios de guerra y postguerra, con la perversidad añadida de que aquí supuestamente no la hubo; y tantas almas caritativas en el mundo empeñadas en impedir que «otros países» vengan a invadirnos para ahorrarnos ese sufrimiento.

[2]

Terminé «La hija de la española» de Karina Sainz Borgo: es una joya de excelente narrativa que transmite con la fluidez de un thriller el espanto concentrado de la descomposición de un país. Nosotros lo conocemos de primera mano, sí, pero el boom editorial que ha causado esta novela va a contribuir a que se sepa también en el mundo qué es vivir bajo el imperio del crimen que permea todas las capas de la sociedad impulsado por un régimen como el nuestro, y lo hará de manera mucho más fuerte que miles de reportajes, documentales, crónicas, testimonios, artículos, videos, posts y tweets que florecen y se diluyen a diario.
Pues sí, yo tengo ese defecto: creo en el poder de la narrativa de ficción. Y esa novela lo tiene con todo su esplendor.

 

Martes 12 de marzo:

Esa cacareada guerra eléctrica, ese sabotaje de los servicios públicos en Venezuela es obra del propio chavismo. Años de desidia y corrupción, sobornos por los contratos de PDVSA, empresas fantasmas, blanqueo de dinero y maniobras de saqueo financiero de cifras hiperbólicas que sobrepasan niveles de comprensión de cualquier ser humano normal. Al tal Nervis Villalobos, ingeniero eléctrico, le decomisaron recientemente, sin contar las docenas de cuentas bancarias a lo largo y ancho del mundo, “más de 130 inmuebles, entre los que destacan un hotel, dos edificios residenciales, una lujosa urbanización con más de 40 villas en Marbella y una decena de inmuebles localizados en el barrio de Salamanca”. !Una urbanización!

En 2003, cuando Chávez, ese individuo fue presidente de la compañía eléctrica CADAFE.

http://elestimulo.com/climax/nervis-villalobos-el-hombre-de-la-fortuna-electrica-en-andorra/?fbclid=IwAR13n87SYkIVuEoxEr8cQttAMzJG0ec8XF3El63DhWXaFOa_Sqg1rnWnzbo

 

[2]:

No quiero sentirme alarmada… pero la falta del agua en una metrópolis con 6 millones de habitantes y un único río gravemente contaminado, suena a cataclismo. Y, cuando ese estado de cosas viene de años de desidia y saqueo del erario nacional, suena a genocidio.

 

Miércoles, 13 de marzo: consuelos

Hoy me pillé consolándome con afirmaciones como esta: Es mejor estar sin agua que estar sin agua y sin electricidad a la vez.
Espanta comprobar como las necesidades básicas reducen el nivel de inteligencia: algo que saben muy bien todos los regímenes igualitarios.

 

Miércoles, 13 de marzo: orgullo

Esto sí me pone orgullosa: Mi bella y talentosa sobrina, Natalie Marcus,y su socio Asaf Beiser, creadores de la serie israelí Tzafuf (Apretujados), ganan dos premios de la Academia: por la serie y por el guión. ¡Bravo, mi Natush!

 

Viernes, 15 de marzo: pérdidas

Una vez traté de anotar, sin orden, una lista de pérdidas como esa: Ateneo de Caracas, teatro Teresa Carreño, El Festival de Lectura Chacao, Las grandes editoriales. La Emisora Cultural. Globovisión, El Concurso de Cuentos de El Nacional, las librerías de Chacaito: Macondo, Alejandría, Lectura; nuestro Grupo Visión, librería Suma… y etc. Muy pronto perdí la cuenta y las ganas de seguir. Para qué? El chavismo de una forma u otra nos ha ido despojando de todos esos espacios, reales o virtuales. Y siempre queda algo más que puede desaparecer y te das cuenta de eso cuando cierra.

El Trasnocho Cultural, nuestro último reducto de exposiciones, eventos y ambiente de cultura venezolana… no puede abrir por falta de energía eléctrica.

 

Martes, 19 de marzo:

a veces abro fb y solo quiero leer las historias de perros rescatados de maltrato.

 

Viernes, 22 de marzo:

Mi primer año en Israel lo pasé en un «moshav», en la casa de un primo lejano de mi madre. Era un lugar de cardos y abrojos donde las vacas pastaban en el camino a la escuela: un fin del mundo para la niña de ciudad, torpe, culta e inmigrante, que era yo a mis 10 años. Quedarse en casa con un libro en polaco era motivo de desprecio, tenía que salir y jugar con todos los niños. Entre correr, esconderse y volar cometas también nos divertíamos cazando escorpiones. Los colocábamos en un círculo de ramitas al que prendíamos fuego. El recuerdo de esos bichos que se retorcían buscando salida, cada vez más agresivos y amenazantes, aflora ahora cuando leo noticias sobre las últimas detenciones realizadas por el chavismo o la condena de la jueza Afiuni por «corrupción espiritual»… y no puedo sustraerme a la visión del escorpión enloquecido con la cola erguida, clavando su uña venenosa a todo lo que le colocábamos cerca antes de clavársela en su propio cuerpo.

 

Martes, 26 de marzo de 2019; C. Milosz

La luz, el ascensor, la bomba de agua, la pantalla de mi computadora, teléfonos fijos y celulares, televisión, Internet y un siglo de civilización se detuvieron de nuevo, barridos por el tercer apagón justo en el instante cuando estaba imprimiendo «En Varsovia»: un poema de Milosz traducido de polaco al español para un evento aplazado por las fallas anteriores. Tiré con cuidado de la hoja hasta sacarla del rodillo, arrugada y manchada de tinta. Y, no miento: esas eran las estrofas que se quedaron atascadas en la impresora:

….Y el corazón
Es una piedra en la que, como un insecto
Está encerrado el oscuro amor
Por la más desgraciada de las tierras.

Ya lo sé: la Varsovia del 1945 era más desgraciada que Caracas hoy. Mucho más. Tengo idea de ese infierno, me lo contaron mis padres, así como los padres de otros les contaron de otros lugares. Pero no hay comparaciones que valgan para el corazón. Porque la más desgraciada de las tierras es siempre aquella donde te ha tocado vivir. Y porque la electricidad ha vuelto y se apagó otra vez. Así como… la maldita manía de metáforas.
Iba a decir esperanza.

 

Miércoles, 27 de marzo:

No quiero acostumbrarme, pero nos estamos acostumbrando para sobrevivir… Resistimos, porque no hay nada peor que estar sin los medios de ver en la oscuridad, de calentar el café, de bañarse, de ser persona que se comunica con otras. Resistimos creando redes de ayuda vecinal, racionando el agua del tanque, guardando provisiones, comprando velas, reforzando la vigilancia y las cerraduras.
Ahora entiendo cómo la gente se acostumbraba hasta a las precarias rutinas de un gueto, creando redes de ayuda y nuevas rutinas día a día.Todos estaban destinados al exterminio y en realidad lo sabían y, sin embargo, el maestro enseñaba, el zapatero reparaba zapatos, el comerciante trataba de ganar dinero y el médico curaba lo que podía curar (lean a Vasili Grossman, por favor).
El médico era mi padre… el único médico del gueto de Plonsk. Implementó medidas de higiene en el hospital. Entrenó enfermeras. Fabricó remedios y contuvo la epidemia del tifus. Hasta de Varsovia le mandaban enfermos. Y para qué… si pronto no quedarían pacientes. Si el plan de exterminio seguía, implacable. Todos lo sabían, mi padre lo sabía. Pero seguía luchando contra el tifus… y eso está documentado en los a archivos de Yad Va shem.
Lo amo y lo admiro. Siempre. Ojalá tuviera el temple de él.

 

Sábado 30  de marzo:

Amo la lámpara de queroseno que me regalaron una vez como adorno. Nos sirvió bien en los últimos tiempos, pero se le acabó la mecha. La desmonté. La cinta estaba engrapada dentro de un trapito de fieltro mojado, dejando fuera solo la parte que se prende y creí cantar victoria al adelantarla un dedo y volver a engrapar. ¿Qué pude haber hecho mal? Nada. Sin embargo la lámpara respondió con humo muy negro y extraño sonido repetitivo. Me acobardé y la apagué. ¿Será generacional esa sensación de ser una completa inútil? Me cuesta desenvolverme en la maraña de apps y contraseñas de las tecnologías actuales, pero tampoco me entiendo con los artefactos de las épocas que ya eran arcaicas cuando vine al mundo. Y allá nos quieren devolver sin que estemos preparados para esos retrocesos en el tiempo.

 

(2):

¿En qué estoy pensando? Nada… solo me pregunto cómo es eso que tenemos militares como arroz para tirar a los manifestantes, para detener la entrada de ayuda humanitaria, para servir de guardaespaldas hasta de los primos segundos de los jerarcas, para extorsionar a la gente en el aeropuerto y en la frontera, para pasar días apostados a la entrada a mi conjunto bostezando y mirando sus celulares: ¿y no los hay para proteger los centros de energía vital del país de un piche intento de sabotaje?
¿Hasta cuándo exista gente en el país que se complazca en que se burlen abiertamente de su inteligencia en nombre del «bien común» y la «revolución»?

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