In La hora perdida, Reseñas

Krina Ber nació en Polonia en 1948, creció en Israel, estudió en  Suiza y se casó en Portugal antes de radicarse, en 1975, en Caracas. Arquitecta y Magíster en Literatura Comparada, comenzó a escribir en español en el año 2000. En 2007 resultó ganadora del Concurso de Cuentos del diario venezolano El Nacional, que ya en 2001 le había otorgado una mención especial. También en 2007 obtuvo el premio SACVEN, concurso en el que cinco años antes había resultado finalista. En 2004 obtuvo el Premio de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores con su libro Cuentos con Agujeros. En 2015 publicó la novela Nube de Polvo, y el libro de cuentos La hora perdida, que recopila algunos relatos ganadores de los concursos mencionados así como otros hasta ahora inéditos.

En una entrevista que le hiciera la escritora venezolana Jacqueline Goldberg, Krina Ber señala:

“Uno escribe principalmente para crearse un balasto, un anclaje, porque es preferible hundirse con él que ser llevado como hoja por el viento. Yo pertenezco definitivamente a la raza de los pesados, los que no logran mudarse de un cuarto a otro después de haber cambiado de país tantas veces. Los pesados no soltamos experiencias ni vínculos, le damos importancia a todo lo que nos ocurre, miramos mucho hacia atrás, peleamos con el tiempo, buscamos el sentido, tratamos de recoger en una totalidad nuestros pedazos desparramados por los caminos del pasado. Mis personajes son también pesados, expresan mi afán de pesadez. Eso tiene que ver con mi doble condición de arquitecta y de judía, dos partes de mi cultura que implican un peso”.

La voz de Krina Ber en esta entrevista nos lleva de la mano al relato “La hora perdida”, que abre y da nombre al libro que nos reúne hoy, y que más que un relato es un fragmento íntimo, la entrada a un diario ofreciendo la imagen de una mujer siempre chica, siempre emigrante, siempre periférica. Cápsula en la que lo vulnerable se instaura como estrategia poderosa. Ese texto termina así: “Los extranjeros y los raros necesitamos consuelo. Tarde por la noche abrí un cuaderno nuevo y comencé a escribir sobre eso. En polaco –mi idioma de antes– para que nadie pudiera leerlo”. Curiosamente aquella pretensión, la de escribir un diario ilegible, intraducible, silenciado; y aquella búsqueda subversiva, contestataria ante ese no ser de ningún lugar y no encajar jamás, da título al libro que nos reúne hoy. De la poderosa fragilidad infantil, a este libro tremendo.

I.

La hora perdida muestra ciertos elementos constantes en la obra de la autora:

  • Una relación fluida y necesaria entre Magia, casualidad y destino.

Sus personajes –y sus lectores– traspasan con naturalidad las membranas que dividen los tres ámbitos y sin instalarse definitivamente en ninguno. Algunos eventos ocurren por puro encantamiento, no tienen explicación ni la piden. Otras situaciones se despliegan gracias a que una persona estuvo en el lugar y el momento preciso, receptiva a señales que la marcarán al final. Algunos episodios ocurren simplemente porque debían ocurrir: estaban escritos.

  • El significado simbólico del lugar.

En estos cuentos lo central y lo periférico, lo urbano y lo íntimo, son posibilidades constantes y simultáneas. Sus personajes –ya sean clientes en una fila, esperando por ser atendidos en una barra, o pilotos atascados en el tránsito de Caracas– son, además de personas comunes y corrientes, observadores de los hilos invisibles que mueven el universo. Tienen un pie en el plano físico y público, euclidiano, arquitectónico, y otro en el emocional y privado, acuoso y marginal de lo biográfico. Ellos están a la vez dentro y fuera de la historia oficial, y así estando, invitan al quien lee a cruzar constantemente al otro lado.

  • La videncia como sino.

La capacidad de ver más allá de las apariencias, la disposición a la lectura de aquellos signos mágicos, aparece como magnético para la locura y la soledad. Los personajes de Ber experimentan la clarividencia y el desequilibrio mental como riesgo y como liberación, simultáneamente. Porque seamos honestos: los adivinos son medio locos de acuerdo a quienes no lo son. Y al mismo tiempo los cuerdos suelen preguntarse si quien cruzó al otro lado puede ver mejor. Al mismo tiempo, la línea divisoria entre la cordura y la locura es fina, muy fina. Y cruzarla comporta una oferta seductora y a la vez un sino: el de no tener con quién compartir el paisaje que se ve.

  • La desaparición y la huida como posibilidades constantes.

Las figuras en los cuentos de Ber desaparecen dejando huellas profundas en la protagonista, la dejan en su inusual recorrido aunque sin cambiar su paisaje interior, pues ella vive en su cápsula, ermitaña privilegiada. En el fondo ya se había ido, ¿no recuerdan? era medio bruja, solitaria, marginal en la ciudad. Quedándose, es la única “verdadera fugitiva”.

II.

La hora perdida es un libro de magas, de brujas, de shamanas. Dadas las condiciones correctas, las protagonistas de Ber son capaces de ceder el tiempo (¡releamos el título de la obra!) y el espacio (revisemos “Los dibujos de Lisboa”). En estos cuentos por momentos nada ocurre. Sus figuras aparecen detenidas y es precisamente esa detención la que rompe el reloj y les permite pasar al otro lado, ver lo que a los demás les es oculto. Desde un lugar tan común y desde una circunstancia tan desquiciante como el embotellamiento en un sitio céntrico como Plaza Venezuela en Caracas -una experiencia urbana frecuente en sus relatos -, la fila para entrar a un supermercado, o la espera por una pizza para llevar en un local de Chacaíto, la cola es posibilidad para el despegue, para el cruce. Al final, luego de su viaje subalterno, sus personajes vuelven como si nada, pero siempre dejando un guiño. Muestran con maña que no todo lo que parece es, y que sí, hay más que aquello que tenemos ante la nariz. Un elemento central en este cruce de fronteras es el sentido del humor, que cierra el cuento y lo despoja de toda ceremonia, haciendo de la narración una pieza impecable. Porque la magia es así, sus rituales ocurren a diario, ante nuestra mirada desatenta. Las videntes, las shamanas, están siempre del lado de allá, a la vez, son parte central de la comunidad (están metidas en la cola, en la calle, en la ciudad), y más aún, son porosas: pueden escuchar lo que dicen y piensan las personas a su alrededor. Así que se trata de mujeres que no sólo son, sino que se saben magas.

Pero quien lee a Ber no sólo se encuentra con momentos que podrían llamarse “cabalmente mágicos”, sino que también se descubre partícipe de una otra magia “normal”, intangible, que generalmente damos por sentada, aunque despliega una esencia extraordinaria también: todos sufrimos, disfrutamos, relatamos, padecemos, poseemos, un “Amor”. Sabemos que la condición amorosa tiene su propia (i)lógica, es por sí mismo una manera irracional de estar en el mundo. En tal sentido resulta poderoso el detalle biográfico o pretendidamente biográfico, que da peso y espesor a cada historia: “Tal vez sea el momento para aclarar que las palabras eran en hebreo y que estábamos en Israel, en la inimaginable lejanía de los años sesenta. Pero esa precisión no es relevante ya que esa historia podría pasar en cualquier tiempo y lugar donde dos adolescentes tejen, canturrean, recitan encantamientos y se desternillan de la risa”, nos dice la protagonista de “El suéter”. Krina Ber no se detiene, no se instala, no se asienta pues ella sabe que todo, cualquier episodio, cualquier visión, todo abandono y toda salvación, puede ocurrir en cualquier lugar, que a fin de cuentas sólo requiere de una visión iluminada para asumir el peso que le corresponde. Es quizás esta idea la que nos enlaza a aquella chiquilla que entendió su extranjería como inevitable y permanente, y para salvarse, escribió, fuera del tiempo, este libro.

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