In La hora perdida

13 de octubre del 2015.

El prólogo, cuando son propicios los astros, no es una especie subalterna del brindis. Y parafraseando a Borges, si esos astros son aun más propicios, intentaré que la presentación del libro La hora perdida sea una especie lateral de la crítica. Con pudor y placentero asombro; porque el brindis es solo para la complacencia. Deseo más bien desentrañar las razones por las que Krina Ber es ciertamente una de las escritoras venezolanas más reconocidas en la actualidad. Y lo haré introduciéndome en la magia de esta colección de escritos que difícilmente se pueden poner bajo un rótulo en especial. Creo que a ella tampoco le gustaría que las etiqueten. Existen las clasificaciones, pero en la literatura de los hombres no hay tal rigor. Solo en las historias literarias.

La hora perdida, como si la autora estuviera en busca del tiempo perdido, (sabemos que inició su trabajo literario en el 2001), y en una publicación impecable de editorial Ígneo, está dividida en tres partes: “El viaje”, “Suponte” y “Palabras de antes”. No son meros títulos sino que contienen el significado variado de su narrativa. Son capítulos de una colección de trabajos reunidos por los editores, en confabulación de la autora, como una caja de sorpresas, de la que con mano flexible un mago va sacando y exhibiendo ante el público lector los más diversos temas y géneros. Todo con una voz propia que la define. Oigamos por ella misma (o su alter ego más bien) cómo se produce ese proceso hacia la ficción:

“…escribiendo trato de mantener la calidad del trazo pero poco importa la fidelidad del cuadro: comienzo con algún detalle ferozmente fiel, eso sí, algo íntimamente real, pero casi inmediatamente la ficción se cuela en el texto creciendo por sus propios caminos, disimulando, cambiando, deformando, hasta que lo inventado diluya a lo verdadero y los escenarios y personajes—se desprendan de sus modelos de origen…” (Los dibujos de Lisboa, p. 197).

Algunos de estos textos son cuentos en el sentido tradicional del género, otros fragmentos de diarios –¿real o imaginarios, me pregunto?– Hay también historias que en apariencia son testimoniales. Las dos últimas nouvelles, una sobre las relaciones de pareja, o más bien sobre la soledad “Agujeros”; y la otra al modo autobiográfico “Los dibujos de Lisboa”. Mejor detengo aquí la numeración para no caer justamente en la trampa de las catalogaciones, y en especial, las de orden genérico.

Esta riqueza de formas se entreteje a una riqueza temática, en la que “está muy presente la condición de extranjería”, como bien lo señala John Manuel Silva en la contratapa: Condición que es tema, es lenguaje y también motivo de cuestionamiento y señalamiento constantes en toda la obra.

Con esta condición (de inmigrante) o como quiera llamársele, se entrelaza el tema del Amor en mayúscula. Y no lo digo solo porque aparezca en este libro el relato titulado “Amor”, ganador del premio de cuentos de El Nacional en el 2007. El amor es asunto importante en la narrativa de Krina Ber. Se trata del amor en todas sus modalidades: sexual, filial, familiar, a la tierra, a los animales y países donde transcurren las acciones. En fin, amor a la humanidad. Avidez en la palabra y sensibilidad en el contenido, con sus inevitables contradicciones, amarguras, nostalgia y alegrías. Las relaciones entre hombre y mujer, como todas las relaciones, familiares y de cualquier  tipo, son  parte importante, no solo de lo narrado sino también y sobre todo para la atmósfera general; a través de personajes complejos en sus sentimientos, frustrados muchas veces, pero que al fin y al cabo metaforizan la complejidad del ser humano.

Personajes que evolucionan, sobre todo hacia lo interno, y en un sentido profundo. El lenguaje absorbido, (capturado por la autora en edad adulta valga decir, y con acierto debo añadir), se vuelve introspección y denota una finura del oído interior, del corazón que palpita ante cada protagonista: una densa gama de hombres, machos, mujeres  y niñas, animales que se imbrican a la pintura del paisaje físico y político de Venezuela, a los recovecos de su Polonia natal, al exotismo de Israel, las persecuciones, al Holocausto. Le atrae el azar, las coincidencias y profundamente el ser humano.

Krina Ber, maestra en las vicisitudes de la trama y de los desenlaces sorprendentes, engarza los elementos anteriormente mencionados al juego y cambio imprevisible del punto de vista de los protagonistas, lo que ayuda al efecto de plasticidad, sin menoscabo del interés temático.

Otro aspecto a destacar en su prosa (por lo menos en algunas narraciones de este libro) es la técnica de la duda, que busca la complicidad del lector. Las historias se vuelven infinitas, o, al menos, indefinidas, ya que los mismos hechos pueden combinarse, o interpretarse de muchos modos. Es un asunto de orden estético y de ambientación. Los buscadores de historias andan a la caza de precisiones, en cambio el lector de Krina Ber busca la magia, los hechos maravillosos en sus detalles. Es quizás el deseo de que las historias no tengan final. Abiertas, como la vida misma…con frases como tal vez ni siquiera sea cierto…, o …no estoy segura de que haya sido él… Incluso se juega con el nombre, que podría ser uno u otro “cualquiera”. El lector a fin de cuentas decidirá la intención, incluso hasta el nombre que mejor le parezca. Es por supuesto una trampa, un juego, para mantenerlo en comunicación con el texto. El lector tendrá pues, la última palabra, y por supuesto, llevado del sutil hilo conductor de la narradora.

Con estas imprecisiones propone una reconstrucción alternativa de la realidad de la ficción. Es tema y es lenguaje: Suponte, suponte suponte…”…si no tuviera audífonos, si hubiera estado atenta a la señora…se encontrarían en un solo fulgor de vidas posibles y destinos fallidos…(Pizza y destino, p. 64). Son las realidades hipotéticas (El hombre de mi vida, p. 128)

¿Podríamos incluir estos ejemplos de su estilo en la técnica de la así denominada ucronía, un subgénero literario basado en eventos que, si bien nunca sucedieron, pudieron haber ocurrido si los acontecimientos hubieran tomado otro sentido?

Hay ciertamente una constante que une los textos reunidos en La hora perdida: el lenguaje, gran protagonista de su exploración como escritora.

Sí. La palabra, el lenguaje. Los entretejidos y cuidados trazos de la prosa de Krina Ber constituyen su laboratorio creativo sin que la narración pierda en tensión dramática. Es una prosa que se adecúa a perfección al estilo introspectivo de sus protagonistas, al de las aventuras amorosas y también a la de su temática tan original, porque “los extranjeros y los raros” necesitamos consuelo, confiesa al principio de La hora perdida (p.11). Consuelo a través de la escritura. Acomete el lenguaje con trazo seguro, sin temor a la lengua –el español– que ha asimilado, que ha aprendido a usar, y a expresar con ella lo más profundo de los sentimientos que se traducen en imágenes y metáforas de alto vuelo. Es un hacerse a sí mismo y un proceso creativo que bien puede compararse al del tejido de un suéter o una bufanda para el novio: “…Siempre sentí algo mágico en el proceso con el que el hilo, un simple hilo de lana, sale de un ovillo y se transforma en una bufanda o un suéter: objeto que tiene forma, textura y sentido., surgido desde la nada por el mero efecto de enlace y continuidades…” (El suéter, p.75). ¿Comparación consciente?

Estilo personal, atrevido. Tiene un poder, un jeito, como lo llama en portugués, que puede con todo, “que da cuenta de la forma, profundidad y relieve” y que la llena de júbilo a la hora de escribir.

Por mi parte, me siento feliz de compartir aquí, en este momento el júbilo de Krina Ber la escritora, y de poder invitarles a leer La hora perdida.

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* Estas palabras fueron leídas públicamente por la escritora y crítica literaria Cesia Hirshbein durante la presentación de La hora perdida, nuevo libro de cuentos de Krina Ber (Caracas: 2015, Ígneo Editorial, 222 p.), en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILUC) 2015.

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