In Biografía

7 de Julio del 2015

Blog: Escribir es Redimirse

Gabbi Consuegra

Foto: Manuel Sardá

 

Es una arquitecta que construye historias. Polaca de nacimiento, radicada en Venezuela desde hace más de 30 años. Adoptó a la vieja Lisboa como su ciudad. Se autodefine como una extranjera A las 10 de la mañana, en el centro cultural Los Galpones, Krina Ber está sentada en espera de una entrevista que, con mucha sorpresa, concertó. Ella parece formar parte del paisaje, se ve compacta con su entorno apacible pero es inevitable que su presencia, aunque serena, llame la atención. Se viste sencilla, pero es mujer de movimientos elegantes. Cubre sus ojos verdes con unos lentes de sol. Tiene los rasgos de alguien que ha vivido con gracia; cuando sonríe aparecen arrugas que rememoran las risas de su ya pasada juventud. La voz que me saluda parece estar compuesta por pequeños fragmentos de todo el mundo; el acento de Krina es muy particular.

—Si pudiera meter en una caja 10 momentos de su vida que la definan y permitan saber quién es KrinaBer, ¿cuáles serían? —El primero, cuando tenía 6 años y publicaron mis poemas en una revista polaca para niños. El siguiente, cuando tenía 9 años y emigramos a Israel. Después la mayoría de los momentos tratan de muchachos, por supuesto (comentó entre risas); el primer novio fue Israelí. Otro importante: cuando tomé la decisión de irme con dos amigas a Suiza para estudiar arquitectura. Ahí aparece mi novio alemán, que fue muy importante porque el escribía… pero yo no, yo dejé de escribir más o menos por esa época (…)

Después me casé, durante un viaje, con mi mejor amigo, que ya era mi amigo con derecho desde hace mucho tiempo; él era portugués, se llamaba Fernando Costa Gomes, yo era israelí, no había manera de casarnos por lo civil en ningún lugar pero en Dinamarca sí; en aquella época era como Las Vegas de Europa… fue en el 71. Y me duró el casamiento hasta que mi marido falleció, hace dos años y medio…

La escritora se inmiscuye entre sus recuerdos y sus ojos verdes, que se esconden tras lentes oscuros, enfocan la lejanía. Una música de fondo comienza a sonar, como unsoundtrack, y se cuela entre su relato, que no es triste, sino agradecido, como quien cuenta su fortuna.

El próximo punto sería el nacimiento de mi hijo mayor, todavía en Suiza; a él no le querían dar ninguna nacionalidad porque mi marido era fugitivo de Portugal, era comunista, peleaba contra Salazar, tuvo que huir cuando era muy joven; cuando nos casamos ya no pertenecía al partido. Otro punto fundamental sería cuando un amigo venezolano nos invitó a Venezuela. El país nos encantó. Nuestro amigo nos aseguró siempre que no había problema con los pasaportes, que en el país se arreglaba todo. Entre tanto, se desarrolla la Revolución Portuguesa en abril del 74 y eso le devolvió los papeles a mi esposo. Para entonces nos mantuvimos con la idea de venir aquí y regresamos a finales de ese año. Luego viene el nacimiento de mi segundo hijo, caraqueño de raíz.

Desde entonces ya no hay nada interesante, porque hay un lapso de la vida, la adultez, donde hay tanta tarea que no queda mucho tiempo para contactarse con uno mismo, a menos que se practique una profesión que lo permita; la mía no lo fue, mi esposo y yo teníamos una oficina de arquitectura, que yo aún mantengo, se llama Kreska Proyectos Industriales y es parte importante de mi vida, pero cada día estoy pensando si lo dejo o no lo dejo y de qué vivo si lo dejo y cómo hago para escribir… Ese es el punto de mi vida actual (…) quisiera escribir pero no tengo tiempo.

—¿Cómo regresan, después de tantos años, las letras a su vida? —Ahí hay un secreto que no le revelo a nadie. Pero, para empezar, por mucho tiempo yo no estaba interesada en absoluto ni en leer ni en escribir en español; a mis hijos en su vida escolar les dije “arréglense solos”, y se arreglaron muy bien (…) Sin embargo, cuando llevé a mi hijo menor a la universidad católica para inscribirse… Y ese sí es un momento importante para tu cajita…

Yo estaba ahí y veía unas ventanas en forma de panel de abejas, una estructura que evocaba trabajo, y por detrás se veía el panorama de ranchos de Antímano y Carapita; entonces tuve una sensación absolutamente clara, de esas que ocurren muy pocas veces en la vida, de que me encontraba ahí para algo y de que ya había estado allí alguna vez.

Revisé el libro de Pensum y asistí como oyente a un curso que se llamaba Técnicas de investigación literaria, que era básicamente una nivelación para gente que no sabía escribir: exactamente lo que yo necesitaba. Un año después volví y me recomendaron un taller de narrativa, yo sufría de una sobredosis de realidad y me enviaron a las clases de Eduardo Liendo; fue maravilloso. Participé en muchos concursos, gané varios. En 2008 estaba triste porque ya no me quedaban concursos (…) Y en 2010 falleció mi marido, desde entonces mi vida cambió muchísimo, tuve que dejar prácticamente toda actividad literaria; y ese sería el último punto en tu caja.

—Usted viajó mucho: Israel, Suiza, Portugal, Venezuela ¿En qué influenciaron sus viajes la literatura que realiza? —Hay dos respuestas. Primero, yo no soy viajera, no tengo fibra de viajera, nunca me interesó (…) Me interesa vivir el sitio, que es distinto, pero para mi ir a un país y estar ahí tres días me parece de terror, es una cosa de acumulación superficial de impresiones que es contrario a como soy yo. Ahora, cuando ya vivía aquí, todos mis viajes eran para visitar a la familia: Israel, Portugal y Venezuela, pasando por los amigos, en Suiza (…) siempre he vuelto a los lugares donde tenía gente querida. Pero cómo ha influenciado mi literatura: primero está el hecho de no haber nacido aquí: yo siempre veo cosas diferentes a las que ven mis amigos cuando escriben (…)Yo creo que la manera en la que el espacio se presenta en la narrativa representa a las personas que la describen (…) En mi caso, la descripción siempre parte de algún tipo de extrañeza: yo describo desde los ojos de alguien que no entiende. Y por último, los lugares en los que se sitúan mis cuentos están afuera.

—Y ¿cómo combina esa percepción de la extrañeza con la cotidianidad que se ve reflejada en su literatura? —Es que yo creo que la literatura consiste en sacar lo extraño de lo cotidiano, si no es muy raro que logre despertar interés.

—¿Usted siente que pertenece a algún lugar? —A varios. A mi casa y mi familia, en primer lugar. A Venezuela, absolutamente. Y un poco a Israél. Pero, mi casa y mi familia… siento que me definen en prioridad.

—¿Para quién escribe Krina Ber? —Eso ha cambiado. Todo lo que escribí cuando era joven era para mi. Volví a escribir realmente para mí, porque era una necesidad. Pero uno no puede permanecer incontaminado; desde que recibí premios y me empezaron a publicar ya se pone la respuesta odiosa (…) para mi es una pregunta paralizante porque hay que considerar las magras posibilidades de que te publiquen y de que te lean. Entonces, infelizmente, ahora escribo porque me gustaría tener lectores, como todo el mundo, pero estaba más feliz cuando ni siquiera pensaba al respecto.

—¿Qué cambió en su vida que la motivó a escribir de nuevo?

Ahora puedo decirlo: yo nací con vocación para escribir. Mis compañeros de escuela aprendían a escribir y yo ya escribía poemas en polaco y en ruso. Cambiar de país y de idioma hizo que yo simplemente dejara el asunto. No es que yo decidiera escribir a los 50 años, en realidad fue algo que volvió. A mis 18, 19 años, yo era una persona que no escribía lo que había vivido; yo vivía para escribir.

—Si tuviera que elegir un idioma, entre los seis que ya conoce, ¿con cuál se quedaría?

Español, absolutamente. Porque lo aprendí, porque lo internalicé, porque es en el que escribo. Con todos los demás, aparte del polaco, nunca me provocó escribir. Ese asunto de perder el idioma materno, para alguien que escribe, es muy serio. Me preguntan muchas veces: “¿tu escribes bien porque conoces varios idiomas?”, y yo digo: no, eso es un impedimento; para escribir bien hay que conocer muy bien un idioma. Mi relación con el español es muy especial, es como alguien que se enamora a los 50 años.

—Regáleme una palabra. La favorita, en español. —Las que me gustan son muchísimas. El español, es bellísimo, el mero sonido… Mira yo nací con un idioma que suena así: —- (Krina, realizó sonidos intranscriptibles). El sonido del italiano y del español, en particular, a los polacos nos encanta. Pero sí tengo una larguísima lista de palabras que no soporto: la primera que detesto es pueblo, la segunda es mujerío, la tercera es gentío, o sea, cualquier palabra que masifica (…) No he visto estas palabras utilizadas en un sentido que no sea denigrante o utilitario.

—¿Por qué decidió quedarse en Venezuela? —Yo soy una persona muy pasiva y me cuesta menos seguir haciendo lo que hago que tomar iniciativa y cambiar; es la respuesta que me define mucho. Y no había ningún motivo para no estar en Venezuela. Este país para dos arquitectos jóvenes parecía un paraíso. Todo era diferente; veníamos de una Europa donde no se conseguía trabajo (…) Yo vengo de una larga filiación de víctimas de holocausto y para mi Venezuela era un país maravilloso porque aquí no se sentía ningún soplo de fascismo, antisemitismo (…) Yo no sentí nunca rechazo por ser judía (no practicante), nunca.

—¿Cómo se lleva con la música? —Como una película se lleva con la música: me acompaña toda la vida, todo el tiempo.

—Una canción que la haga rememorar algún momento. —Sí, me gusta Dance me to the end of love de Leonard Cohen.

—Alguna palabra que la defina. —Extranjera… Creo que define a todo escritor, de alguna manera.

—Un escritor que recomiende. —Antonio Muñoz Molina. Para mi no hay quien lo supere en esa maravillosa exactitud que tiene en el uso del lenguaje y la palabra. Cortázar, sólo cuentos. Javier Marías. Almudena Grande.

Entre amigos que la saludaban y un evento que estaba a punto de empezar, Krina respondió la última pregunta: sobre la felicidad. Aseguró que “la felicidad es una predisposición y viene mucho de la infancia”. También mencionó que “hay gente infeliz de profesión”. ¿Pero ella? Es sencillamente feliz… “no necesito nada especial para ser feliz, sólo una buena cotidianidad”.

Krina anecdótica

Mi conversación con Krina estuvo llena de remembranzas que, por supuesto, dieron paso a varias anécdotas por su parte. La mayoría de ellas las conservo como un recuerdo de una entrevista que se escribió sola, pues tiene Krina en su habla la misma gracia y el mismo gancho que en su pluma. Sin embargo, una de sus agradables historias me da gusto compartirla, pues son estos pequeños detalles los que contribuyen a construir a una persona.

En sus primeros años, Krina escribió un diario, en polaco, que aún conserva: “Hay que entender algo sobre los escritores de diarios, porque hay dos tipos: el falso, que escribe un diario íntimo para que se publique; y el verdadero, que escribe porque en realidad necesita estar en contacto escrito consigo mismo y con su vida. Me considero del segundo tipo. Cuando era joven yo escribía un diario y no hay nada que escondiera con más celo”.

Sin embargo, con el paso del tiempo, dejó de escribir: “Simplemente se me olvidó escribir en polaco. Y además, estuve en contacto con muchísima gente que era hippie, que era de izquierda y que despreciaría, probablemente, esa actividad pequeña burguesa mía (dice con gracia)… Entonces yo poco a poco comencé a fumar, a usar lentes que no necesitaba en absoluto y dejé de escribir el diario, que convertí en un libro de cocina o algo así, en señal de rebeldía.”

Mientras escribo esta entrevista busco en Youtube una canción que no conocía:Dance me to the end of love. Entonces, el retrato de esta mujer, que aún se mostraba un poco misterioso, termina de dibujarse ante mis ojos. El de Krina es el rostro del amor después del amor. Krina es una mujer de añoranza, de nostalgia, pero también de felicidad. Krina es, quizás, una mujer de perpetuidad en la memoria y de etérea sonrisa.

*Agradezco infinitamente a Krina por haberme concedido, más que una entrevista, una grata conversación.

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