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Mi texto sobre la situación de Venezuela se ha publicado este viernes 1º de febrero, en el periódico israelí Haaretz. Para los abonados a la edición digital, adjunto aquí el link en hebreo: https://www.haaretz.co.il/news/world/america/.premium-1.6897339

Me siento complacida por la apertura que me dieron para difundir este testimonio,  aunque después de toda la vida en Venezuela, ya no habría podido escribirlo en el idioma de mi bachillerato. Lamentablemente, tampoco  he logrado resumir en el espacio previsto lo que podría y debería ser dicho sobre un tema tan cargado de desesperación y asombro , por lo que los traductores de Haaretz tuvieron que recortar una buena cantidad de frases, párrafos e ideas.

Reproduzco aquí mi texto original en español, para seguir contribuyendo a la difusión de nuestros testimonios:

Venezuela: Testimonio desde adentro

Al ruso Krzyzanowski le bastaron pocas palabras para resumir la tiranía: “Era como si todos nosotros, los que nos habíamos quedado aquí, viviéramos en un enorme edificio de gruesos muros, decorado por fuera con hileras de falsas ventanas ciegas”. Le faltó especificar que era un manicomio. Las leyes y costumbres que rigen dentro del manicomio son intransmisibles para los que viven al exterior y nos interpretan con su propia idiosincrasia. Tratar de explicarlo es una tarea frustrante; sin embargo voy a intentarlo.

Cuando circunstancias personales me trajeron a ese país en 1975 los amigos de mi grupo de liceo me cantaban con una chistosa advertencia “Venezuela, Venezuela… quiero volver a Petach Tikva”. Hoy, esos mismos amigos me preguntan preocupados cómo aguantamos el caos. Y me apresuro a corregir la pregunta: el caos no es ahora, el país está hundido en el caos, y ahora es cuando, por fin, tras un año y medio de resignada apatía, los ciudadanos de Venezuela levantan la cabeza en el nuevo intento de pararlo. Es una cuestión de sobrevivencia.

Aquella popular canción evocaba la imagen de selvas y serpientes anaconda, cercana tal vez a unas regiones remotas de ese extenso país, pero no a la ciudad que encontré, la que no podía definirse como bella ni fea, pero sí, fascinante, que pujaba hacia el cielo, la tecnología y la modernidad, con un vertiginoso desarrollo en el valle y cinturones de miseria en las laderas. Pese a todos sus defectos, desbordaba de la generosidad de su clima, su naturaleza y su gente. Una gran ciudad mágica donde los inmigrantes eran acogidos a brazos abiertos, la comida y la gasolina eran muy baratas, los mangos caían de los árboles y las guacamayas se posaban en los balcones. Como cualquier país, Venezuela, con su democracia imperfecta, tenía miles de problemas, pero también miles de razones para quedarse.  Hoy, después de 20 años de régimen chavista, no queda ninguna.

Esta Caracas apagada y gris no se parece a la ciudad frenética donde pasé toda mi vida adulta. Se ven pocos vehículos. No hay cauchos ni repuestos, los talleres cobran en dólares. Cada vez más vitrinas desaparecen tras una puerta arrollable, cubierta de candados y grafitis. Veo baches y huecos en el asfalto, basura regada, gente que busca comida en los contenedores. La ciudad es peligrosa. Cuando salgo a pie llevo en un cinturón mi cédula, la tarjeta de débito y un telefonito viejo que solo puede llamar. Sé que ninguno de los funcionarios de la policía armada, apostados en la esquina de mi conjunto residencial, va a mover un dedo si un malandro me atraca delante de sus narices. Están aquí solo para reprimir a las protestas civiles (12.970 en 2018). Con la escasa, o nula, iluminación urbana, la gente se encierra en sus casas a las 6 PM cuando la oscuridad cae sobre Caracas con la rapidez de una fiera al acecho. Nuestras casas: nuestras burbujas de vida. El chavismo también nos ha quitado la noche y acortado las tardes.

Como muchos inmigrantes aquí trabajé, críe a mis hijos y enterré a mi marido, pero hoy, soy un fenómeno. El otrora país de acogida se ha convertido en un productor del exilio. En los últimos dos años la ola migratoria alcanzó la cifra oficial de 2.3 millones de refugiados (sin contar los indocumentados por la dificultad de obtener un pasaporte). Estamos rivalizando con Siria… sin que ni una bomba del malvado imperio hubiese caído sobre Venezuela. Pero sí hay una invasión extranjera: la de los cubanos en las Fuerzas Armadas y los sistemas de control de la población, la de los rusos, chinos e iraníes destruyendo nuestras reservas naturales en concesiones de minería, la de los grupos terroristas y narcotraficantes, aunque apenas podamos vislumbrar la punta de iceberg de esa invasión, mientras se amasan fortunas inimaginables a costa del erario nacional. Y sí, hay una guerra de largo aliento: la guerra del gobierno armado contra cualquier ciudadano que quiere una vida individual. Si te quejas, te quitan la caja de la comida; si protestas te matan, te encarcelan y torturan; te apresan sin juicio por años y, si eres un dirigente, te drogan, te desaparecen, te botan por la ventana de un calabozo. Si tienes visibilidad internacional, te matan tu vida política, si eres militar alzado, te acribillan con tus manos en alto. Pero también te matan con la hiperinflación de niveles inauditos: 80.000% es una cifra abstracta, pero no lo es el vértigo ante la subida diaria de los precios y la carrera loca de tienda en tienda, mientras las medidas del gobierno solo atizan el fuego: le quitan ceros a la moneda, aumentan los controles y suben el sueldo mínimo que igual se hace agua en menos de una semana. No importa cuánto lo aumenten, no da para un cartón de huevos. En ese sueño igualitario las nóminas “altas” ya no existen. Nuestro amigo, destacado profesor universitario, gana hoy lo mismo que un barrendero y subsiste ayudado por sus alumnos. También te matan con la ausencia de tratamientos de diálisis y de quimioterapia, de los remedios para bajar la tensión. Y te matan de desnutrición con sus controles de la comida, castigos y promesas y las mafias de especuladores que se apoderan de los productos regulados mientras esperas al sol con la ilusión de comprarlos. Te matan con horas y días sin agua o electricidad y la comida que se pudre en la heladera, sin aire acondicionado donde las temperaturas llegan a 40 grados. Te matan el pequeño negocio que has construido durante toda tu vida; te matan el cerebro con los eslóganes repetidos y realidades fabricadas; te matan la esperanza del futuro. Hay gente que se suicida: hace poco una amiga mía, madre y abuela, se lanzó por el hueco de las escaleras. Pero la mayoría huye adónde pueda. Cada semana me entero de alguien más con una cuchillada al corazón. Y no son solo los “burgueses” “financiados por la CIA”, como afirman los medios oficiales. Conozco familias chavistas que creían en ese proyecto y hoy están esparcidas en el mundo. Y no son “ricos” ni “golpistas” los centenos de miles de refugiados que recorren a pie las carreteras del continente cargando sus bultos y a sus bebés.

Han roto lo mejor que me dio Venezuela: la solidaridad de las familias, la convivencia entre padres e hijos. Soy afortunada: los míos aún me acompañan, pero… ¿hasta cuándo? ¿En cuánto tiempo entraré en las estadísticas de los abuelos pegados a la pantalla de Skype en un país donde la salud pública es un desastre y el gobierno ha quebrado las compañías de seguros?

Nos matan: por eso dije que esta nueva batalla civil contra la satrapía es una cuestión de supervivencia. Batalla sin armas ni apoyo militar, subrayo.

No soy periodista político, y no voy a citar pruebas, nombres ni cifras exactas en este espacio limitado: solo mi testimonio incompleto de una representante de clase media profesional, empobrecida y atrapada en Venezuela. Confío en que en Israel, donde izquierda y derecha aún parecen tener sentido, la primera no demuestre solidaridad automática con el caballo de batalla de un régimen totalitario y malandro. Con todos los problemas y conflictos que conozco en Israel, mi referencia —idealizada y anacrónica—del socialismo sigue siendo aquel país en que he crecido mientras todo alrededor de mí también crecía y se construía con el esfuerzo conjunto. El “socialismo” de aquí es lo opuesto. Como un lento tsunami ha destruido todo a su paso: los servicios públicos, los medios de comunicación y las instituciones democráticas (hoy subordinadas al gobierno o reemplazadas por otras); la gran parte de la producción nacional, con sus fincas expropiadas e industrias llevadas a la ruina.

Me cuesta contestar a mis amigos y a mi amado hermano cuando me preguntan qué ocurre en Venezuela. El panorama, que dibujé aquí no es suficiente para la eficacidad israelí; ellos quieren saber ¿por qué?; quieren respuestas lógicas y no las tengo. Esta “Revolución” reúne componentes ideológicos de fuerza simplista, los símbolos patrios y de culto santero (muy profundo en Venezuela), la estética narco y el control total de las armas, amén de los recursos económicos y mediáticos de la nación; pero ni eso lo explica todo. Al inicio de ese desastre el gran escritor mexicano, Carlos Fuentes, calificó a Chávez como “la peor pesadilla del realismo mágico suramericano” y en efecto, sin ese componente no hay manera de entenderlo. ¿Cómo entender el culto al malandro, las discotecas en las cárceles donde se presentan estrellas internacionales con funciones anunciadas en los medios? O el hecho de que este mes, mientras cuatro pacientes morían en el quirófano por una falla eléctrica, la prensa reseñaba la fiesta de cumpleaños del director chavista de ese hospital.  O cómo, en 2016, cuando Maduro, ansioso por atrasar la fecha legal de un referéndum estipulada en 60 día hábiles, ha decretado libres 4 días de cada semana laboral. O que el presidente del Tribunal Supremo, Maikel Moreno (quien juramentó a Maduro este 10 de enero) es un exconvicto por dos asesinatos. O las huellas dactilares que por un tiempo nos tomaban al comprar aunque fuese una mandarina. O el caballo de carrera en USA, nombrado con un abierto cinismo “Social Inclusion” por su propietario, empresario cercano a Chávez ¿Cómo entender sin pensar en realismo mágico las fortunas acumulados por los “enchufados” (la red familiar del gobierno y la cúpula militar) en el negocio de las importaciones y los controles de cambio, fortunas que solo ahora, con las sanciones externas, comienzan a conocerse, y cuyos miles de millones de dólares no caben en la imaginación?

Antes de concentrarme en los acontecimientos actuales, preferí explicar lo que ha llevado a ellos. El cómo se vive en este país. Solo mencionaré que la Asamblea Nacional (AN, parlamento venezolano) representa el último organismo elegido en 2015, cuando Maduro seguro de su victoria se había descuidado.  Desde entonces no les ha dejado pasar ni una legislación, varios de los diputados están en la cárcel o en el exilio y, en 2017, le ha montado encima su propia Asamblea en elecciones tan fraudulentas que hasta la empresa Smartmatic, su asesora técnica, las ha denunciado. Pero las últimas elecciones de Maduro fueron tan descaradamente amañadas que lo hundieron dentro y fuera del país.  Al desconocer la legitimidad de su nuevo mandato, a partir del 10 de enero, el presidente actual de la AN, Juan Guaidó, queda por ley como Presidente Encargado de la República, y aprovechó la fecha histórica del 23 de enero (fin de la dictadura de Pérez Jiménez) para juramentarse en un “cabildo abierto” (evento que connota con Simón Bolívar). La asistencia superó las expectativas en todas las ciudades de Venezuela y al exterior, ninguneando las manifestaciones chavistas organizadas, como siempre, con el fin de contrarrestar las nuestras. Por primera vez en la historia de los intentos por sacudirnos esta satrapía la oposición civil ha sorprendido al gobierno con una jugada maestra de legalidad, simbolismo y preparación diplomática. La izquierda mundial lo califica “golpe de estado”… ¿contra un gobierno que dispone de todas las armas y de todos los recursos de la nación? También Juan Guaidó y su hasta ahora, impecable desempeño, han sido una sorpresa: no era figura visible en la arena política, pocos lo conocían y su imagen no está desgastada en twitter.

Y ciertamente tiene algo del ya mencionado realismo mágico el hecho de que en dos semanas un hombre casi desconocido llega a la presidencia, mientras que, por ejemplo, Henrique Capriles que se desgastó en dos campañas electorales épicas, no lo logró. Hoy Venezuela quiere cara nueva, tiene sed de algo nuevo como del agua en el desierto. No sé cómo va a seguir eso. La dictadura está reprimiendo con más saña que nunca, solo que esta vez ya no en mi zona de clase media, escenario de batallas del 2017, sino en las zonas populares, el propio bastión del chavismo. Desde el 23 de enero suman 30 muertos y más de 780 presos, incluyendo 70 menores de edad. Tantas veces nos hemos estrellado contra ese muro…

Los acontecimientos pueden cambiar mañana y no tiene sentido que los comente, más allá de la esperanza que otra vez florece en los corazones de millones de venezolanos…  y en el mío. Me doy cuenta de que podemos fracasar, otra vez, de hundirnos aún más. Me doy cuenta de cuan profunda es la destrucción y de que eso no terminaría con la salida de Maduro, como ocurrió con Perez Jimenez o Pinochet; también deben salir los cubanos, el narcotráfico y los terroristas. Se necesita ayuda humanitaria de comida y medicinas, como después de un desastre natural o de una guerra. Me doy cuenta de la dolorosa y caótica que sería una transición cuando lleguemos a ella, de crímenes que quedarían impunes, de los años necesarios para recuperar las instituciones, la producción, la justicia, la educación y la moral cívica de los ciudadanos: algo que probablemente no llegaré a ver.

Pero aquí seguimos.

Como he dicho al principio, es una cuestión de supervivencia.

                                                                                       Krina Ber, 31 de enero 2019

 

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Showing 3 comments
  • Antonio Ramos
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    Qué gran alegato! Y el mundo sabe que es así. Solo los que no tienen una gota de humanidad, fanáticos de ideologías inescrupulosas, se voltean indiferentes. Este es un testimonio real y apasionante de la vida venezolana bajo el falso socialismo chavista institucionalizado, que la mayoría de los venezolanos desea que acabe. El mundo se ha dado cuenta, y esperemos que el mundo civilizado no deje solo a los venezolanos, los que ahora mismo sin armas, luchan en las calles con sus corazones. Gracias Krina Ber, de Antonio Ramos.

  • mharía vázquez benarroch
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    Muy emotiva y certera Krina. Nuestra cárcel particular ahora tiene una ventana al cielo…esperemos a ver mejores tiempos. un abtazo.

  • luis Perez
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    «¿Cómo entender el culto al malandro, las discotecas en las cárceles donde se presentan estrellas internacionales con funciones anunciadas en los medios? » Siempre me ha sorprendido la admiración que muchos colegas y hasta amigos izquierdistas (o que quieren serlo) tuvieron desde un principio por una revolución de militares y criminales. Marx los depreciaba en su «Dieciocho Brumario», les llamaba «la Bohème» y en su lengua «Lumpenproletariat». Si el Estalinismo fue la militarización de la clase obrera y la proletarización del ejército (Como lo notaron, no solo Malaparte sino también Vasili Grossman), el Chavismo ha sido la lumpenizacion del Ejercito y la militarización del Lumpen (para los que entienden mejor categorías marxistas). El Populismo Chavista es chusma con petróleo. ¿De donde viene la Fascinación de la izquierda fina latinoamericana con el Disney de la Izquierda (como bien lo bautizó Gisela Kozac Rovero)? Quizás en esta época virtual se agudiza esa debilidad de la gente débil por la fuerte. Quizás, Pablo Escobar o Chávez (como lo fueron Carlos Illich Ramírez, o Doroteo Arango) son personas que simplemente hicieron sin pensar, lo que otros piensan pero no se atreven hacer. Son sin embargo los escritos de la vida cotidiana, como los de Herta Müller o Krina Ver los que quedan como evidencia etnográfica de lo que realmente se vivió. La historia contada, no por los héroes, sino por los verdaderos testigos, los que no se enamoraron del poder.

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