In Nube de polvo, Reseñas

16 de octubre de 2015
Reseña por Heberto Gamero

Vilma es ya una mujer profesional y relativamente satisfecha con la vida que lleva, pero aquel verano en la playa, cuando apenas tenía catorce años, la marcó de tal forma que no pudo resistir el impulso de escribirlo, de dejar constancia de él: para no olvidarlo tal vez, para olvidarlo del todo, o simplemente para reconciliarse consigo misma y con los personajes que en él   intervinieron.

La Vilma adolecente es una personita “extraña”, como ella misma se define. Transmite una ternura sólo posible en las almas puras y honestas. Es tímida, sensible, romántica y espera de los demás, principalmente de sus seres más queridos, la justa reciprocidad a su entrega e incondicionalidad. También es impulsiva, insegura y, a pesar de su aparente docilidad, puede llegar albergar pensamientos muy crueles hacia quien la ofenda, la engañe o ponga en peligro el amor de quienes la rodean, sin excluir el de Hudini, su amado perro. También puede ser muy frágil y quebrarse como una galleta cuando se siente defraudada o las circunstancias la sobrepasan. Es huérfana de madre, por lo que Antonio Sandoval, su padre, lo es todo para ella, tanto, que desearía encontrar a un hombre exactamente como él para compartir su vida. 

Ella no se atreve a contarnos todo desde un punto de vista personal, no en primera persona, a menudo prefiere alejarse, ser espectadora, y en las escenas más álgidas o comprometidas entregarle la narración a un tercero: ella misma tras bastidores, ella misma tras la protección de un narrador omnisciente que le brinda cierta clandestinidad: la protección que merece una niña inocente que no es capaz de reconocer abiertamente tanto dolor. Mejor que sea otra quien hable sobre la muerte de Hudini, por ejemplo, o sobre la supuesta traición de su padre, el arma de por medio, o la verdad sobre su madre, y no ella misma tal vez porque los dedos le temblarían al recordar la sangre de los que más quiere o la firma de aquel nefasto acuerdo a sus espaldas; no, de haber escrito esto en primera persona quizás no sería capaz de completar la página, el párrafo, una línea tan siquiera. Por eso es mejor que en ciertas ocasiones hable ella, Vilma, no yo, su yo más vulnerable, y dar la falsa sensación de que es valiente, decidida, segura de sí. Pero en realidad tiene miedo, mucho miedo. Tiene miedo y celos de su madrastra (a veces la imagina muerta entre las rocas de la playa). Le teme a Jorge, quien solo ansía su sexo, y ella lo sabe pero no está dispuesta a darle ese regalo al primero que llegue y menos aún a alguien que guarda tan poco parecido con Antonio. Y también teme perder su casa en la playa, que sería como perder a su propio padre porque la casa de la playa y ella y su padre son la misma cosa, eslabones de la misma cadena fortalecidos en aquellos espléndidos veranos que también teme perder. A veces se deja llevar y obliga a Vilma a lucirse en alguna descripción o a cambiar drásticamente su vocabulario cuando Jorge le muestra su rechazo y le habla desde un “tú” ordinario y lleno de rabia al no conseguir de ella ese regalo que tanto desea; la  insulta, la confronta y ella acepta el reclamo porque piensa que de alguna forma se lo merece. No sabe todavía, a la mitad de su libro ―o prefiere no decirlo aún―, a quién le ofrecerá eso tan preciado que ella aspira guardar para el más indicado, el más parecido posible a su padre, a quien llama Antonio, y a quien por pasajes deja de ver como a un padre y mira como a un hombre. Pero en un punto de la novela Antonio no es mejor que el abogado que le planteó una estrategia indecorosa ni que los supuestos asesinos de su perro ni los que pintaron las paredes de la casa y lanzaron la cabeza de un ganso con el fin de hacerlos desalojar: a los ojos de la pequeña Vilma él había cambiado: Antonio se convertía en uno de ellos. Y ella también cambiaba. Y su decepción crecía en su pecho a punto de estallar de vergüenza y desazón. Pobre la Vilma de aquellos momentos. Qué feliz la Vilma de unas horas después, cuando conoció el amor y el perdón y la verdad y el peso de las circunstancias le abrió las puertas de la madurez.

Tenía apenas catorce años cuando aquel verano. Ahora, veinte años después, lo recuerda todo con lujo de detalles. Veinte años, para ella apenas un largo segundo en su vida; y al segundo siguiente un inesperado reencuentro, vino, copas de cristal, aclaratorias y el despertar de dos semanas trascendentales de sol y mar. La nube de polvo finalmente se asienta en el fondo de su alma.

No es rara, Vilma. Aunque reconoce que “Los raros sienten demasiado las cosas, no pueden dejar que simplemente ocurran y ya”. La verdad es que su autenticidad no tiene límites, es fiel a sus principios, a su amor en todos los ámbitos y de una desbordante honestidad. ¡Qué ser humano tan de este mundo y tan de ese otro que la evolución nos depara! Ella es de verdad. No es producto de la ficción. Existe en las millones de mujeres que no saben expresar sus sentimientos por medio de palabras sino a través de la risa o del llanto, pensamientos desordenados que sólo alguien con su talento puede ordenar y gritar al mundo. Vocera de mujeres.

Nube de polvo, en definitiva, no es una novela que cautive desde el primer instante ―aunque cierto magnetismo se vislumbra en el ambiente―. Vilma es paciente y se toma su tiempo, dosifica su historia, la acaricia, la regala por cuotas como si se tratase de raciones de comida, al principio mezquinas, y luego porciones cada vez más abundantes y nutritivas hasta que llega un momento en que las pequeñas gotas de lluvia que en un principio apenas mojaban tu ropa de improviso cubren todo tu cuerpo y te hunden en un vasto océano donde lo único que puedes hacer es nadar y nadar, seguir leyendo hasta llegar a la última página, puerto de intensas reflexiones.

Una historia realista donde el tema pasa a un segundo plano y la narrativa, los saltos en el tiempo inmediato, en el tiempo distante, los diferentes narradores y puntos de vista, las hermosas y originales descripciones y, sobre todo, su impecable coherencia, se alzan como las grandes estrellas de la historia. Una verdadera clase de narrativa para los aficionados a la escritura y un deleite para los amantes de la buena literatura. Mis felicitaciones para la autora por esta hermosa novela.

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