Enza García.
RELECTURA
Kafka me recibió en casa de Krina Ber. Un Kafka feliz y risueño, un Schnauzer plateado que compartió con ella las fotos del Papel Literario donde saliera el cuento Amor, que empezó como un regalo para su esposo y terminó por convertirse en ese hermosísimo relato que se hiciera ganador del concurso de cuentos de El Nacional de este año. Krina vive rodeada de ranas. Aunque príncipes no le faltan: con Alan, su hijo menor, le basta y le sobra. La casa es bellísima. El ánimo, tan tierno y amable como suelo recordar a esta polaca, con la que compartí un taller de narrativa donde una vez me dio un beso en la frente para consolarme una fiebre. Ésta fue la conversación que tuvimos, a propósito de descubrir palabras e incluir ángeles en el itinerario del día a día.
¿Quién es Krina Ber?
-Bueno, yo… ¿Quién soy yo? Ésta, para comenzar, es una pregunta difícil. No sé. No sé contestarte eso, sabes, Enzita. Yo no creo que sea escritora. Creo que estoy comenzando. Tampoco creo que soy arquitecto porque hace tiempo ya que me dedico a una especialización. Soy una persona, mamá de dos hijos, esposa de un marido, dueña de mi perro Kafka. Algo así.
¿Por qué y cuando decides escribir?
Ah, no, eso no se decide. Eso es otra historia. En mi caso las preguntas simples son las peores. Ahora me estás preguntando cuándo decidí escribir y la verdad es que nunca lo decidí. Pero te lo voy a contar desde el principio. Mira, yo casi nací escribiendo. A los cuatro años aprendí a leer y a los cinco ya escribía poemas y era algo muy natural. Lo que pasó es que a los nueve años me llevaron a Israel donde se escribía al revés, todo era diferente. Yo nací en Polonia y entonces seguí escribiendo con terquedad como hasta los veinte, veinticinco años en polaco, que se volvió mi idioma secreto. Y luego fui a estudiar a Suiza y hablaba francés. Poco a poco la escritura se fue alejando de mi vida diaria, de manera tal que desapareció por muchos años. Y volvió cuando ya tenía cincuenta y uno, cincuenta y dos años, cuando inscribí a Alan en la Católica. Algo en ese ambiente me pareció maravilloso, como si estuviera allí antes, en otra vida, y entonces busqué qué hacer en la Católica. Y me encontré un curso de español, un curso de nivelación para estudiantes de letras, que se llamaba técnicas de investigación literarias, pero que en realidad te enseñaba las esdrújulas, los galicismos, cómo usar o no usar un gerundio, cosas que yo no sabía. Y me sentía tan bien como oyente. Cuando uno se siente bien con algo, no debe preguntarse por qué lo hace. Al año siguiente volví y tomé un taller de narrativa con Eduardo Liendo, que también era con muchachos de tu edad. Por eso yo creo que comencé a escribir en el mismo año que gente joven como Manuel Llorens o Roberto Martínez, con quienes compartimos este concurso, simplemente porque yo estaba fuera de este mundo, estaba en el mundo de la tecnología arquitectónica. Entonces, ahí comencé, en el taller de Liendo. También comencé a leer en español, por la primera vez en mi vida, a devorar libros como cuando era joven. Y claro, volví a escribir un diario, porque la idea era esa. Un diario no es un blog. Un diario tú no lo muestras nunca a nadie. ¿Tú escribes un diario?
-No, no puedo… pero hay cosas que las escribo en la agenda, que son solamente mías. Es que no soy muy lineal.
-¿Pero lo escondes?
–Sí, lo escondo. Lo que está allí es sólo mío.
-Porque la gente que escribe diario es una raza especial. Yo digo que somos rumiantes. Como la vaca que tiene que rumiar la comida después de tragarla, tenemos que rumiar la materia vivida después de vivirla para realmente darle el espesor debido. Yo creo que la gente escribe para suplir alguna falta. La falta que detecto yo es como una falta de espesor de lo que uno vive. Yo era muy chiquita cuando descubrí que escribiendo uno puede darle consistencia a lo vivido. Te ayuda un poquito a remediar ese dolor de que cada experiencia real esté como al filo de un cuchillo entre la anticipación y el olvido.
¿Te has sentido en desventaja por ser mujer?
La verdad es que no. Me encanta ser mujer. A mi me criaron en un mundo un poco falso, porque me criaron como si ser mujer fuera una ventaja, una cosa muy buena. Mi papá, que de hecho era bastante machista con respecto a mi madre, no lo era con su hija. Eso le pasa a muchos padres. Siempre sentía que ser mujer era un arma de doble filo. Porque podía ser igual en todo, pero si fallaba podía esconderme en el hecho de ser mujer y por eso tal vez tenía disculpas. Hay ciertas ventajas en el machismo.
¿Te has sentido intrusa por ser judía?
Los judíos somos normalmente desarraigados. Esa es una característica real y emocional. El hecho es que ya lo tomamos como algo normal. Yo tengo patria en la que debía haberme quedado, que es Israel donde crecí, pero por algún motivo, salí, me casé y seguí yendo. Y no sé por qué. Pero si me he sentido intrusa, desubicada sería la palabra correcta, no ha sido por ser judía. Porque de hecho me he sentido así también en Israel y en mi propia comunidad. Un poco como un niño que llega el primer día de clase con dos o tres horas de atraso, y hasta el bachillerato le parece que en esas horas se le ha perdido algo importante, algo que todos los demás saben y él no. O sea, siempre me he sentido un poco extranjera en todas partes. Pero eso no viene de los sitios sino de la naturaleza de uno. Claro, parte de esto viene seguramente porque soy judía porque como te dije es una característica intrínseca nuestra, pero parte también es absolutamente personal, mía.
¿Qué te hace sufrir?
Yo creo que todo, pero al mismo tiempo también lo disfruto. Y lo que más me hace sufrir es el tiempo. Porque siempre me ha gustado mi vida y hubiera querido que se quedara como está. Hoy día, hace diez años, hace veinte años. Tal y como lo digo en el cuento porque es un cuento muy personal. La narrativa exige desarrollo, la vida, mejor no. Es que me gusta como está, siempre me ha gustado. Entonces es el tiempo lo que más me hace sufrir. Y ahorita pues me hace sufrir haber empezado tan tarde. Porque empecé a hacer ago nuevo, algo maravilloso para mí, ya con fecha de vencimiento encima y no se puede hacer nada contra eso. Yo ando con gente como ustedes, en los talleres, y es maravilloso pero a la vez muy triste. ¿Qué más me hace triste? Que los hijos se van. Que se mueran los amigos. Y de joven, esos grandes sufrimientos de amor. Y de muchas cosas más. Los jóvenes pueden permitirse mucha tristeza, dolor y violencia, y, al escribir, escogen hacerlo desde el sufrimiento, que en cierto modo te protege de ser cursi. Si no estuviera dónde estoy en el tiempo, ¿cómo podría inventar algo tan transgresor de nuestros códigos literarios como un colombiano en una taberna en Nueva York que, oh, Dios mío, no te mete al menos en el tráfico de drogas?
¿Quién es de verdad: el destino o el azar?
Yo creo que lo es una sabia mezcla entre los dos. Uno diría que todo viene al azar pero hay demasiadas coincidencias para que sólo lo primero sea cierto. Para mí hay algo que une a los eventos.
¿Tiene sentido escribir en Venezuela?
Bueno, te voy a contestar como Alberto, que es la única contestación posible. Escribir tiene sentido en general, y lo tiene por lo que te he dicho antes, porque remedia ese dolor de vivir que todos tenemos. Yo creo que todos los que escribimos sentimos cierto dolor por la fugacidad de la existencia. La escritura no detiene el tiempo pero le da espesor y sentido a la ficción con la que ordenamos nuestras vidas. Fíjate en Amor: en realidad allí no se cuenta nada, sólo una vida cotidiana bastante banal, normal, sin muchos eventos, y una historia de cómo esa gente se ha enamorado, que en el fondo tampoco tiene nada especial si le quitas al “ángel” que representa justamente esa necesidad de la narradora de ficcionalizar su vida para sentirla de verdad, cosa que le pasa a muchas mujeres y no forzosamente escritoras. A los hombres también, de hecho. La ficción da orden y lógica a cosas que no la tienen.
¿Tienes sueños recurrentes?
Sí, pero son pesadillas. Tienen que ver con estar en mi casa y no reconocer los lugares. O perder una cartera. O que encuentro una puerta en medio de mi sala que conduce a unos sitios donde hay un lugar podrido y vacío. Aparecen salidas secretas en mi casa, que son más bien entradas amenazantes, porque hay algo ahí afuera que no me gusta y que puede entrar.
Tus cinco palabras favoritas.
Esa sí es dificilísima porque para mí el idioma español no es lo mismo que para ti. Para mí es un descubrimiento. Empecé a saborear el idioma después de cincuenta años cumplidos. Leía y encontraba palabras que me deslumbraban en cada lectura: como por ejemplo, deleznable, me regodeaba con esta palabra. Musitar. Herrumbre. Arrebujarse en. Qué sé yo. Las iba descubriendo, todavía lo estoy haciendo, me confeccionaba mi propio diccionario y el idioma se ablandaba como plastilina. Se hacía amigable. Leí en tu entrevista a Barrera que le gustan las esdrújulas. Creo que a todo el mundo le gustan. Básicamente creo que lo mío son los adverbios. La gente tiene que cuidarse de los adjetivos, pero yo de los adverbios porque pongo muchos.
Cinco lugares que te gusten.
La Gran Sabana. Lisboa. Tel Aviv. El Ávila. Y me gustan las montañas, Los Alpes, la nieve. Ah, me encanta Mérida.
Cinco canciones
Infelizmente dios no me dio oído musical, de modo que disfruto de la música como acompañamiento de actividades, un poco como «música de fondo». Los mencionados: música de los sixties, Davendra, Radio Head, Coldplay etc (no recordaba los nombres y tuve que llamar a Alan quién se los escoge y grava) me acompañan en el carro y cuando hago la parte rutinaria de mi trabajo de diseño, al igual que los cantautores como Jacques Brel y Leonard Cohen y la música de New Age, y por el otro lado adoro a Hector Lavoe, Willy Colón, Ismael Rivera y los viejitos cubanos. Pero para escribir: sólo Bach, Mozart o Vivaldi.
Cinco libros que te gusten.
Esto ya lo contesté para ReLectura. Pero después de eso descubrí un libro que me fascina. La otra isla de Francisco Suniaga. Es un escritor margariteño. Es una maravilla. Y después he leído el de Oscar Marcano, que me encantó, Puntos de Sutura. El de Suniaga te toca muy por dentro. Cómo alguien puede generar tal sensación de violencia tan sólo con una pelea de gallos, tanto que te provoca vomitar. Y no es que la describa de manera violenta. Es que te toca la fibra humana.
¿Los ángeles hacen el amor o lo evocan?
Lo evocan, sin duda. El ángel es un catalizador, representa la necesidad de ficción para hacer la vida más llevadera. Fíjate, que unas amigas nos comentaron después de leer el cuento “yo quiero un ángel, yo quiero un ángel”, y la respuesta de mi marido fue que primero necesitaban encontrarse a un “Miguel”. Pero es muy cierto que sin la ayuda de un ángel uno no se fijaría en ciertos hombres. Al menos en este cuento…