In Ficciones Asesinas, Reseñas, Sin categoría

22 Junio 2013.
Jesús Suárez.

Quizás no resulte exagerado afirmar que la aparición de esta antología viene acompañada de grandes expectativas. El indiscutible auge de la narrativa venezolana en el nuevo siglo obliga a mirar con interés las aproximaciones críticas que puedan dar cuenta de un fenómeno al que muchos, más allá de los entusiasmos iniciales, comienzan a examinar con mayor ponderación. Por otra parte, también está la firma de Carlos Sandoval: autor de un imprescindible estudio sobre la narrativa venezolana de los noventa (La variedad: el caos) y de otro trabajo antológico sobre el cuento fantástico venezolano del siglo XIX (Días de espantos), pocos podrían objetar que se trata de una de las voces más autorizadas para mencionar virtudes e inconsistencias dentro del panorama de la ficción breve que hoy se escribe en nuestro país.

Un total de cuarenta escritores están reunidos en este compendio que procura una línea de continuidad con la que probablemente sea la mejor antología de narrativa que se haya publicado en Venezuela (El gesto de narrar, de Julio Miranda). Asimismo, De qué va el cuentoviene a sumarse a otras obras de carácter antológico como Las voces secretas (Antonio López Ortega, 2006) y 21 del XXI (Rubi Guerra, 2007) en cuya cristalización se advierte el propósito común de señalar nombres, búsquedas y horizontes estéticos en el relato venezolano del nuevo siglo. A ello habría que añadir la aparición en 2010  de La vasta brevedad (Carlos Pacheco, Miguel Gomes y Antonio López Ortega), un ambicioso trabajo que si bien fija sus coordenadas en el siglo XX, incluye un total de ocho relatos que se publicaron a partir del año 2000.

Si consideramos a las tres obras citadas (LVS, 21 del XXI y DQVEC) como el baremo del relato venezolano de este siglo, bien cabría adelantar algunas curiosidades estadísticas en lo que respecta a la selección de los autores:

1)    Roberto Echeto y Sonia Chocrón son los dos únicos narradores que aparecen en estas tres antologías (LVS, 21 del XXI y DQVEC). Y lo hacen con tres relatos distintos cada uno.

2)    Seis autores que aparecen en LVS son tomados en cuenta también por Sandoval para su antología. Ellos son: Luis Laya, María Ángeles Octavio, Héctor Torres, Salvador Fleján y, por supuesto, Echeto y Chocrón.

3)    Ocho autores que aparecen en la de Rubi Guerra tienen presencia en DQVEC: Gisela Kozak,  Mariano Nava, Eduardo Cobos, Rodrigo Blanco Calderón, Krina Ber, Fedosy Santaella y los ya mencionados Echeto y Chocrón.

4)    Federico Vegas es el único que aparece en DQVEC y en La vasta brevedad, sin ser tomado en cuenta por LVS y 21 del XXI.

5)    Hay, entonces, un total de 27 narradores que aparecen en la antología de Sandoval que no habían sido incluidos en los libros mencionados anteriormente. La muestra, como se ve, sigue siendo amplia y -hasta cierto punto- novedosa. Estimo que allí radica el valor de un proyecto como DQVEC.

6)    Juan Carlos Chirinos y Juan Carlos Méndez Guédez aparecen en LVS, 21 del XXI y LVB, pero no son tomados en cuenta en DQVEC.

7)    Miguel Gomes aparece en las tres antologías mencionadas (LVS, 21del XXI y LVB). Incluso, es de los pocos autores que también aparece en El gesto de narrar. Sin embargo, ningún relato suyo forma parte de DQVEC.

8)    Un cuento de Eloi Yagüe (La inconveniencia de servir a dos patronos, 2000) aparece en 21 del XXI y en La vasta brevedad. Textos de Milagros Socorro y Antonio López Ortega aparecen en tres de estas antologías importantes si tomamos en cuenta también El gesto de narrar.

Algunos de estos aspectos son los que me permiten asomar un par de acotaciones que se ven reforzadas por la lectura de las 40 piezas de este libro: antes que una antología de cuentos, bien podría apreciarse como una antología de cuentistas. En rigor, nadie podría afirmar que esta obra se propone mostrarnos los mejores relatos escritos en nuestro país a lo largo del período (2000-2012). Antes bien, se trata de escoger cuarenta propuestas individuales cuya proyección a futuro el autor considera altamente estimables. Obviamente, están allí algunos textos que son dignos de figurar en cualquier selección que se realice del cuento venezolano de este siglo, pero, repito, creo que sobresale el interés del compilador por presentar –lo que para él constituyen- las “voces” más interesantes del momento actual de nuestra narrativa.

La otra acotación tiene que ver con las tendencias o, bien, las poéticas predominantes en esta hora. Si volviésemos a emplear la curiosa terminología de una de las más importantes recopilaciones de cuentos del siglo XX (Re-cuento,1994, Barrera Linares comp.) en DQVEC resulta notorio el predominio apabullante de los “anecdoteros”, por encima de los “textores”, “palabreros” o “surrealeros”. Se consolida así una tendencia que ya tomaba cuerpo a finales de los ochenta en las ficciones de un grupo de narradores que el crítico y ensayista Juan Carlos Santaella denominaría Los nuevos románticos (por su apego al roman o a la fabulación, es decir, a los principios básicos del arte de contar historias).

En Hoja de ruta, el prólogo que abre el volumen, Sandoval clarifica las directrices de su proyecto y desmenuza temas, recursos y elementos simbólicos que permiten establecer afinidades y contrastes dentro del conjunto. Escrito con una prosa diáfana, ajena a la nebulosidad de la retórica académica, sólo puede reprochársele que debido al mismo exceso comparativo no nos diga con mayor claridad, justamente, de qué va cada cuento por sí mismo. Es decir, que no  exista –salvo en el barullo aglutinante- un mínimo esbozo de aquellos rasgos semánticos o de estilo que justificaban la escogencia per se de cada relato en una antología que, a fin de cuentas, va a ser utilizada con mucha frecuencia para fines pedagógicos.

Finalmente, como cada quien tiene derecho a su propia “antojolía”, no quisiera dejar de expresar mi entusiasmo por relatos como Jorge y el dragón (Enza García Arreaza), Orinar también quisiera (Carlos Ávila), 1999 (Jesús Nieves Montero), Caracoles (Leo Felipe Campos),Arsenal (Roberto Echeto) entre los textos que no había leído anteriormente. Del mismo modo, me regocija saber que historias y estilos tan disímiles como los que se recrean en Amor (Krina Ber),Sandor y los conejos (Fedosy Santaella), Flamingo (Rodrigo Blanco Calderón), Sifilíticos e integrados (Roberto Martínez Bachrich), Los jardines de Salomón (Liliana Lara), Libertad Queen (Carolina Lozada),Sudestada (Gabriel Payares), Morgan (Salvador Fleján) y Melodía desencadenada (Héctor Torres) hallen aquí un punto de encuentro. Pienso, además, que esta diversidad es enriquecedora para nuestra narrativa. No dejo de sospechar, sin embargo, que para aquellos autores cuya vinculación con la lectura y –a veces- la escritura de poesía llega a ser estrecha, el futuro pareciera ser aún más promisorio.

Aunque la inflación ha situado el precio de los libros en un estado gaseoso, Sandoval ha tomado los suficientes recaudos para hacer de su antología algo sólido. Sin embargo, no está de más recordar lo que nos dice un personaje de Roberto Echeto en Arsenal: la vida es una licuadora de cuentos. Y a veces, podría añadir uno, de antologías. Será el tiempo, en definitiva, el que dictamine de qué materia está hecho el cuento venezolano del siglo XXI.

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