In Cuentos con agujeros, Para no perder el hilo, Reseñas

Domingo 14 de Abril de 2013.
El Nacional – Papel Literario.
Judit Gerendas.

En el mundo narrativo de Krina Ber explora de una manera sostenida la condición devaluada de tanta mujer solitaria que anhela tener a alguien a quien amar y cuidar para ser, a su vez, cuidada y amada por alguien.

Sus personajes femeninos no son grandes heroínas dramáticas, como Anna Karenina o Emma Bovary, son «pequeños seres» de los que el mundo está lleno, y que en las páginas de la autora encuentran un espacio, con sus vidas convencionales, dignas de respeto y dignas de ser escritas: son legión. El brillante logro de la narradora está en que muestra a estos seres que rozan la mediocridad con una sabia visión solidaria, con un tenue humor, sin juzgarlas, comprendiéndolas, poniéndolas a andar en su devenir existencial marcado por el deseo, sellado por la frustración.

Las computadoras juegan un papel central en varios cuentos, como en «Los gatos pardos», de Cuentos con agujeros, en el cual tienen una función primordial en el ámbito erótico que ahí se ficcionaliza. Los textos del correo electrónico son el cuerpo del enigma, el tema central de este cuento. Son cartas que supuestamente van intensificando una relación, aunque al final todo culmina en el horror de la tecnología, del poder de la burocracia y del funcionamiento de la empresa, en una nueva modalidad de lo kafkiano, ya que la vida personal puede ser borrada (de la pantalla pero también, metafóricamente, de la realidad) por una decisión administrativa mediante una intervención brutal que hace estallar los proyectos individuales. La súplica desesperada de la protagonista de «Los gatos pardos» por una prórroga, esa misma que todavía había logrado José K. en El proceso, aunque fuera por poco tiempo, en este cuento, escrito casi cien años después de la obra de Kafka, no se concede.

La omnipotente institución, en esta oportunidad la empresa en la que trabaja la mujer, destruye en un momento todo lo importante en la vida de ella, aunque, ya lo sabemos, en realidad no es importante, es un simulacro con el que la están engañando. Pero ella no lo sabe y, como individuo, queda anulada. El matar los virus de la computadora es matar también, de paso, los proyectos individuales, la posibilidad misma de su existencia.

En «Liberación animal» un hombre le envía videos a una mujer supuestamente con la intención de denunciar la situación de los animales maltratados y exigir solidaridad con ellos. La protagonista se siente una superhéroe cuando va a realizar lo que cree que es un acto heroico, el rescate de un perro maltratado, en una nueva comedia de equivocaciones, ya que se lleva al perro que no es, todo por anhelar recibir los elogios del hombre que la ha seducido, algo que, por cierto, no logra.

Es un texto escrito con un leve desparpajo y una excelente ironía. Krina Ber continúa, modernizada, la línea temática de Los pequeños seres, obra pionera de Salvador Garmendia. Aquí básicamente son las mujeres las víctimas de las situaciones.

Los cuentos de Krina Ber, recogidos en dos volúmenes, Cuentos con agujero y Para no perder el hilo, exploran el amor, los deseos, los vínculos de pareja, el erotismo, la sexualidad y la soledad de la mujer, sin estridencias, con sabiduría, con una sensible intuición psicológica.

«Amor», de Para no perder el hilo, que ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional en 2007, es recorrido por una pasión asordinada, valga el oxímoron, que sobrevive hasta en la edad madura.

Desde ese punto en el espacio, la narradora retrocede en el tiempo y nos cuenta el comienzo, cuando ambos eran aún muy jóvenes. Él, un muchacho todavía, obtiene una beca para ir a estudiar a Nueva York, pero no se quiere ir, enamorado como está de ella. Sin embargo, termina por marcharse y, un tiempo después, ella va tras de él. Pero no se encuentran en el sitio convenido, y ella permanece acurrucada sobre su maleta y luego se ve obligada, por el frío, a entrar a un bar. Se produce de nuevo una excelente comedia de equivocaciones, de desencuentros y decepciones, originados en pequeños detalles aparentemente intrascendentes y que conducen a situaciones de desesperación a los dos protagonistas, extraviados en la gran ciudad. Pero, como en tantos clásicos de las comedias de equivocaciones, hay aquí un «ángel» que contribuye al inevitable final feliz.

La autora juega con sus lectores, puesto que no se trata de nada fantástico, ni mucho menos de algo milagroso. El personaje femenino se refugia en un café de aspecto sórdido con un sugestivo nombre: Angel’s Place. Ahí se encuentra con un colombiano que la reconoce como venezolana, le habla en español, la protege y le da motivos para la esperanza. La escena adquiere un humor que no es muy frecuente en la narrativa venezolana. El colombiano se llama Ángel Gutiérrez, es de Barranquilla, y su sueño es ser productor de televisión y tener su show propio.

Siempre con leve ternura, siempre cuidando no pasar el borde que separa de lo sensiblero, se cuenta el «milagro», el hecho de que, a partir de un excelente diálogo, el colombiano reconstruye la figura del novio, resulta que lo conoce y le asegura a la protagonista que él vendrá, llegará al edificio donde vive, que Ángel Gutiérrez sabe donde queda. Esos son los prodigios del ángel, el cual le da esperanzas a la narradora y es muy competente: es él quien primero reconoce la derrotada figura del muchacho que se acerca. En ese momento el ángel desaparece, luego ya no lo encuentran en ninguno de los lugares en los que lo buscan. El novio siente una duda razonable acerca de lo que le cuenta la muchacha.

La autora mantiene con mano firme al personaje del ángel, no lo deja caer en la cursilería. El sueño del colombiano se cumple, el de actuar en un programa de televisión: en algún momento, mucho tiempo después, ella, distraída, lo ve en la pantalla del televisor, con un programa propio, titulado El Show de Ángel Gutiérrez. Ella, espectadora lejana, y él «dentro» de la «caja mágica», separados por el cristal del televisor, dentro del orden virtual, siente que el vínculo entre ambos se mantiene. En este cuento hay un final feliz nada edulcorado.

La autora tiene el valor de asumir, en contra de las opiniones predominantes en el medio intelectual al respecto, lo femenino en su sentido tradicional, aunque sabemos que también denuncia con coraje e ingenio al machismo en muchos de sus cuentos. En los textos de ella muchos personajes femeninos se materializan en una mano amorosa que acaricia a la casa y a sus habitantes.

Muchos de sus cuentos pasan, imperceptiblemente, al registro del absurdo, un absurdo no pesimista como el de Beckett un grandioso pesimista, sino caracterizado por experiencias que oscilan entre la ternura y el asombro, entre lo imaginario y lo real.

La autora va trenzando las narraciones, haciéndonos sentir su felicidad de narrar, de abordar las historias desde distintos ángulos, de pulsar las opciones indagando tras varias versiones posibles de un mismo argumento.

La marginalidad es uno de los temas más interesantes que trata la autora, y lo hace de una manera diferente a como lo hacen la gran mayoría de los escritores venezolanos contemporáneos. No lo hace ni con desprecio ni con compasión.

En sus textos los pobres, los miserables, están ahí, ocupan un lugar importante en su narrativa. Varios de sus protagonistas parecieran sentir una compleja oscilación entre la seducción y el temor y el deseo de huir, el horror ante la posible alternativa de convertirse, por un resbalón imprevisto, en parte de ellos, llegar a ser también marginales. Esto se ve, en particular, en «El quiosco de Nilda. Cuento de hadas urbano», de Para no perder el hilo, y, sobre todo, en «La recogelatas», de Cuento con agujeros, en el cual se explora a fondo la condición de la otredad y de la exclusión.

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